Una mirada pedagógica sobre el fenómeno global

Hace varios días ya, vengo escuchando a muchos alumnos/as y en distintos momentos también a mis hijos hablar con amigos y entre ellos, y sobre todo reirse mucho, de unos raros personajes que aparentemente forman parte de una serie de memes que derivan de algo llamado Brainrot italiano.
Para entender de qué se trata me puse a investigar un poco y encontré que en 2024, el Diccionario de Oxford eligió como palabra del año al término “brainrot”, lo cual me llamó la atención; primero porque desconocía el término y segundo por la intensidad -propia de las modas de memes- con que los chicos/as vienen conversando sobre el tema y la escala global y viral del fenómeno.
Aunque se trata de chistes y memes, la idea del brainrot expresa una sensación cada vez más frecuente en niños, adolescentes y también adultos — la de tener la mente saturada por el consumo constante y caótico de contenido online, y eso me preocupó.
¿Qué es el “brainrot”?
Literalmente, brainrot significa “cerebro podrido”. En el lenguaje digital, es una forma irónica de describir cuando una persona está tan obsesionada con una serie, canción, meme o tendencia que siente que ya no puede pensar en otra cosa. Pero en su uso más amplio, se refiere al estado mental de sobreestimulación y fatiga cognitiva que genera el consumo excesivo y fragmentado de contenidos digitales, especialmente los diseñados para impactar con estímulos visuales o sonoros extremos.
El término fue nombrado palabra del año de Oxford en 2024. Su uso moderno está definido por la Oxford University Press como «el supuesto deterioro del estado mental o intelectual de una persona, especialmente visto como resultado del consumo excesivo de material (ahora particularmente contenido en línea) considerado trivial o poco desafiante».
El primer uso registrado de «podredumbre cerebral» se encontró en 1854 en el libro Walden de Henry David Thoreau , donde relata sus experiencias de vivir un estilo de vida sencillo en la naturaleza. Como parte de sus conclusiones, Thoreau critica la tendencia de la sociedad a devaluar las ideas complejas, o aquellas que pueden interpretarse de múltiples maneras, en favor de las simples, y lo considera un indicador de un declive general del esfuerzo mental e intelectual: «Mientras Inglaterra se esfuerza por curar la podredumbre de la patata, ¿no se esforzará nadie por curar la podredumbre cerebral, que prevalece de forma mucho más generalizada y fatal?».

Los brainrot memes son un buen ejemplo: humor caótico, rápido, sin lógica aparente, con estéticas intencionalmente absurdas o grotescas. Para muchos adolescentes, resultan adictivos, graciosos y liberadores; para los adultos, suelen ser inentendibles.

El brainrot italiano: humor absurdo, estética grotesca e IA
El brainrot italiano es un fenómeno viral que surgió a principios de 2025 y rápidamente se expandió en redes sociales como TikTok, Instagram y YouTube Shorts. Forma parte del subgénero de los brainrot memes, pero con una estética y narrativa propias que lo hicieron reconocible de inmediato.
Este tipo de contenido se caracteriza por fotos y videos creados con inteligencia artificial, donde aparecen criaturas surrealistas o deformadas con nombres ficticios que suenan como si fueran italianos, aunque no lo sean realmente. Estas criaturas suelen estar acompañadas por voces sintetizadas con acento italiano exagerado, efectos de sonido caricaturescos y textos absurdos o crípticos.
Algunos de los personajes más populares del fenómeno son:
- Tralalero Tralalá es un tiburón de tres patas con zapatillas Nike que se convirtió en el primer personaje viral del género. El ridículo tiburón se representa a menudo saltando o peleando con Bombardiro Crocodilo, acompañado de la repetición de la frase “tralalero tralala”. Fue con esta imagen que el género comenzó a expandirse ampliamente.

- Bombardiro Crocodilo es una criatura híbrida con la cabeza de un cocodrilo y el cuerpo de un bombardero militar. Este personaje es uno de los símbolos centrales del género, a menudo replicado en memes y trabajos de los fanes. Se utiliza para crear tramas paródicas y pseudo-épicas.

- Tung Tung Tung Sahur es un personaje antropomórfico de madera que recuerda a un palo indio; sostiene un bate de béisbol. El ‘Tung Tung Tung’ en el nombre del personaje es una referencia onomatopéyica al golpeteo de tambores utilizado en Indonesia para señalar el inicio del zahora (suhur).

- Ballerina Cappuccina es una taza de cappuccino con tutú y zapatillas de punta. El personaje enfatiza la absurdidad del género al combinar lo incompatible: un objeto cotidiano con una imagen de danza clásica.

- Brr Brr Patapim es una criatura fantástica, mitad babuino y mitad arbusto, con grandes pies, brazos delgados y una nariz con forma de jamón. Lucha con Slim, la rana azul, por un gorro.
- Cappucino Assassino es una taza de cappuccino con ropa de samurái/asesino, sosteniendo dos katanas.

Lo que diferencia al brainrot italiano de otros estilos de humor absurdo es su combinación de elementos que apelan al extrañamiento cultural, el nonsense visual y la auto-referencia a estereotipos italianos deformados, sin intención de crítica social, sino como parte del juego irónico.
El fenómeno fue impulsado, en parte, por el avance de las herramientas de generación de imágenes con IA (como DALL·E, Midjourney o Leonardo AI), que permitieron crear este tipo de personajes grotescos en cuestión de segundos. Los usuarios comenzaron a competir por inventar nombres cada vez más ridículos o evocadores de una “italianidad” inventada, generando una especie de subcultura compartida.
¿Por qué podría ser interesante hablar de esto?
Porque detrás de este fenómeno viral podríamos ver señales de agotamiento mental, dificultad para sostener la atención, y necesidad de conexión emocional, especialmente en contextos de sobreexposición digital. El “brainrot” podría ser algo más que una inocente moda: podría ser también un síntoma de época.
Como adultos, podríamos interpretar que no se trata de demonizar estos contenidos y modas efímeras, sino de comprender el entorno cultural de las adolescencias y acompañarlas con criterio.
No todo meme es dañino, pero el exceso de consumo sin mediación sí puede afectar la salud mental, el sueño, la regulación emocional y el desarrollo cognitivo.
¿Qué pueden hacer las familias y docentes?
🔹 Observar sin prejuicios: ¿Qué miran? ¿Qué les gusta? ¿Por qué lo repiten? Escuchar antes de juzgar.
🔹 Habilitar el diálogo: Preguntar con interés genuino. “¿Qué te causa gracia de esto?” puede abrir una conversación más profunda.
🔹 Ofrecer equilibrio: Fomentar experiencias offline que también estimulen el placer, la creatividad y el descanso.
🔹 Educar en cultura digital: Enseñar a reconocer cuándo el entretenimiento se vuelve saturación o escapismo.
🔹 Cuidar el algoritmo: Ayudar a configurar límites y tiempos en plataformas que ofrecen contenidos infinitos.
El término “brainrot” no es solo una moda pasajera de internet: es una palabra que habla de una época, de una forma particular de habitar el mundo digital. Nos enfrenta, con humor e ironía, a una realidad que viven especialmente las nuevas generaciones: la de estar constantemente expuestos a un flujo ininterrumpido de estímulos, contenidos, audios, imágenes y emociones. En ese contexto, el brainrot funciona como una especie de espejo: refleja no solo el consumo excesivo, sino también el agotamiento, la necesidad de evasión y el deseo de pertenecer en un entorno donde todo es inmediato, viral y efímero.
Entender este fenómeno nos permite acompañar mejor a nuestros estudiantes, hijos y alumnos, no desde la alarma ni la censura, sino desde el conocimiento, la empatía y la escucha. Vivimos en un mundo digital que no deja de acelerar, donde los tiempos para pensar, reflexionar o simplemente estar presentes, parecen cada vez más escasos. Pero justamente por eso, el rol de los adultos se vuelve más valioso: ayudar a poner palabras, a crear pausas, a recuperar el sentido.
Educar hoy también implica abrir conversaciones sobre cómo habitamos lo virtual, cómo nos vinculamos con las pantallas, y qué nos está diciendo ese “cerebro podrido” que de forma graciosa, pero también sintomática, se volvió palabra del año. En lugar de juzgar, podemos cultivar una cultura digital más consciente, en la que el humor, la creatividad y la tecnología estén al servicio del bienestar y no de su desgaste.
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