¿Qué silencian los rótulos? Pregunta
que nos interpela como profesionales en ámbitos educativos y de salud; pregunta que cobra sentido si
profundizamos en dimensiones como la Ética y las Políticas implícitas en las prácticas. Es por ello que resulta pertinente asumir un claro
posicionamiento frente al manifiesto “Por
un abordaje subjetivante del sufrimiento psíquico en niños y
adolescentes – No al DSM” ;
surgido en el marco de la Campaña Internacional STOP DSM, expresando
nuestra adhesión a esta tarea colectiva en defensa del derecho a la
salud, frente a los procesos de patologización y medicalización de
la sociedad, en especial de los niños y adolescentes.
La
propuesta es
sostener una pregunta: ¿qué
silencian los rótulos?, qué
en su sentido provocador, de apertura, convoca a plantear una
interrogación, que aunque incómoda para algunos, se propone
fundamentalmente descubrir aquello que se silencia desde diversos
lugares y mecanismos, ir tras los velos que ocultan denuncias,
síntomas, fenómenos, dinámicas novedosas que hablan de nuestra
sociedad, de las culturas (y sus des-encuentros), del sufrimiento de
los niños y adolescentes y de un escenario de orfandad.
Pensar
en un modo de intervención que se sostenga en la interrogación
permite
correr la mirada para encontrar nuevos sentidos, para pensar la
dificultad
no sólo como sinónimo de patología, ni como un predictor
irrevocable del fracaso y la exclusión, sino para poder pensarla en
relación a nuestras propias práctica. Poner en tensión nuestros
modos de intervenir, a veces subordinados a ciertos encadenamientos y
dinámicas institucionales en las cuales la singularidad es borrada,
para generar espacios donde otros relatos, incluido el del propio
sujeto, puedan “decir” acerca del malestar, este es otro modo de
pensar la dificultad.
El borramiento de
historias, de sujetos implica la imposibilidad de un futuro. Marcar
destinos inexorables a partir de diagnósticos invalidantes
constituye un ejercicio de violencia. Y en esto también reside la
dificultad, puesta del lado de los adultos y de los modos de
intervenir frente a la dificultad entendida como aquello que porta el
niño o el adolescente y que hay que acallar.
Lo que
se cuestiona con esta interrogación es la fijeza
de los diagnósticos,
sustentados en una concepción reduccionista de las problemáticas
psicopatológicas que niegan la complejidad de los procesos de
subjetivación. Fijeza que funciona como una desmentida del sujeto en
crecimiento. Diagnósticos que se constituyen en categorías
clasificatorias que ubican niños y adolescentes como portadores de
un síndrome, dejan por fuera del análisis su historia, los
vínculos, el contexto y ademán niegan los efectos de este rótulo
en el establecimiento de lo vínculos, no sólo con los demás y con
el mundo, sino que también en la construcción de su propio valor.
De este modo, los sujetos
portadores de estos rótulos no logran ser destinatarios de anhelos y
proyectos de sus padres por ser considerados desde el déficit, sin
poder construir e incluirse en propuestas deseantes que lo liberen de
un destino de fracaso y dificultad. Estos niños y adolescentes
reciben de los adultos, quienes deberían cuidarlos y sostener para
ellos ofertas valiosas para que construyan referentes éticos y
proyectos vitales, violencia redoblada: al negar sus tiempos, con
exigencias desmedidas que los posicionan como adultos, reemplazando
la palabra por la pastilla o tratamientos que solo buscan paliar un
déficit tras un ideal de normalidad.
Estas
interrogaciones deben nutrir nuestra propia reflexión acerca de
cuáles son los modos en que se producen hoy la práctica clínica,
qué dispositivos se construyen y cómo se interviene frente a las
mutaciones y cambios socioculturales que constituyen el entramado en
que se manifiestan las dificultades de niños y adolescentes. El
desafío es pensar como el exceso de información, la transformación
de la enfermedad en espectáculo, los paradigmas obsoletos, los que
algunos autores denominan procesos de descomposición de estructuras
simbólicas con pasaje al acto, etc. nos pueden conducir a repensar
las concepciones psicopatológicas desde la reflexión de las
condiciones socioculturales en la que se gestan las patologías y lo
que se considera patológico en cada época, considerando la
complejidad que suponen los procesos de subjetivación y no
simplemente a reproducir prácticas bajo el sometimiento del discurso
hegemónico.
Como
profesionales de la salud y la educación tenemos la obligación
ética de considerar que desde nuestra prácticas particulares, si
bien no podemos modificar a gran escala las consecuencias de la
historia social y procesos políticos y económicos que nos
atraviesan, si podemos incidir en sus efectos, generar espacios donde
los sujetos puedan decir algo acerca de su malestar, repensar el
posicionamiento de los adultos y la oferta que se sostiene para que
los niños y adolescentes. Para así poder construir deseos, como
búsquedas sin quedar anudados en un decir sobre su sufrimiento que
lo excluye como sujeto y pretende a través de una sigla
(ADD, TOC, TGD) nombrarlo
y sentenciar un destino.
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Acerca de la Campaña